Curiosos Impertinentes
28 de noviembre de 2016
(Publicado 28/10/2016 en el blog)
El libro que tengo junto a mí se titula así precisamente: Curiosos Impertinentes.
Describe las andanzas de esos viajeros ingleses que visitaron España antes de 1855 y no dudaban ni en manifestar su admiración por lo auténtico ni en realizar su crítica mordaz cuando lo auténtico rayaba en la barbarie.
En una época como la nuestra en la que el turismo lo es todo quedan cada vez menos cosas que puedan sorprender a un turista. Difícilmente el turista se sorprenderá ante una de esas grandes tiendas de ropa que puede encontrar también en Oxford Street, o en los Champs Elysees o en una avenida de Estocolmo o en el centro de Helsinki, por no hablar de los restaurantes de Fast Food. Posiblemente su estancia en BCN la pasará comiendo en uno y cenando en otro, lo que significa que lamentablemente no probará el Jamón del País, ni se tomará un café “cortado”.
La Ciudad de los Cafés, La Ciudad de la Literatura, La Ciudad Turística, La Ciudad Olímpica, La Ciudad Modernista. Nunca he confiado en esos ampulosos títulos que surgen, dan que hablar unas cuantas semanas y pronto pasan de moda sustituidos por otros más ampulosos o llamativos. Pero la ciudad también son sus mercados, donde se hilvana la vida cotidiana: por poner un ejemplo ¿Qué sería Venecia sin sus feos y mugrientos puestos de pescado? Pero los venecianos lo quieren así, el pescado apestoso cerca del puente de Rialto, y los edificios y sus fachadas desconchadas, con marcas de moho y señales de vejez sin maquillaje. Por eso Italia es Italia y buscando eso van millones de turistas a visitarla: el encanto de la ruina que ha sabido mantenerse en pie.
En Catalunya en general y en Barcelona en particular, como todo el mundo sabe, somos muy proclives al diseño a veces vanguardista, el Fórum es un ejemplo. En mi pueblo, Premià de Mar, se acaba ahora una mole de supermercado futurista al lado de una fábrica del 1900 (actualmente un colegio) y todo ello en el Casc Antic: dejan la mole que desfigura el paisaje y que rompe la identidad y ellos satisfechos se van a Cadaqués a apreciar las elegantes líneas de lo auténtico.
Las últimas noticias dicen que los libreros del mercado Dominical no entran en los planes de los arquitectos. Del exilio forzoso al que se nos condenó hace unos años es posible que nos lleven a otra zona apartada, recluida, un moderno Ghetto.
Antes de ser el último paradista y librero (yo, el último mohicano en incorporarme o el último Astérix de las Galias), cuando era estudiante sabía que cualquier Domingo, muy pronto, al rayar el alba podía pasear muy tranquilamente entre las paradas silenciosas y comprar un librito por pocas pesetas o euros y llevármelo a cualquier terraza y tomar un delicioso cortado como sólo se sabe hacer en Barcelona ( ni en Madrid ni en Paris ni en parte alguna se toma esa variedad de café, quizás sólo en Mallorca y Menorca) o bien al mediodía me podía acercar a ese trajín delicioso en esas mañanas dominicales en las que uno no sabe qué hacer con su vida. Cerca del Carrer Nou de la Rambla donde vivía, cerca, tenía al alcance a los pintores de la Plaça del Pi y al otro lado el Mercado de Sant Antoni. Eran ambos mi sitio de recreo y mi remanso de paz. Podían ser cualquier cosa, tanto una como otra.
Es la magia de las cosas que son populares, que son tradicionales, auténticas, cosas que como un refrán surgen de la sabiduría del pueblo y curiosamente “la clavan”; así que cuando me imagino que unos pocos arquitectos quieren romper la posición circular de los paradistas porque las carpas o lo que sea afeará el Mercado restaurado, aprieto las mandíbulas y cierro los puños. Me siento engañado, yo que como paradista tardío nací como librero en un hangar de plena calle, con la promesa de volver al hogar. No me quiero ni imaginar cómo estarán mis compañeras y compañeros, que llevan décadas como paradistas.
La cosa funcionaba: la gente daba la vuelta a todo el mercado como si fuese el movimiento más natural, y por supuesto lo era, natural, democrático, equitativo… encantador. (No olvidemos que esto eran los Encantes hace un siglo, Santiago Rusiñol (el amigo de Erik Satie) lo describe en Anant pel Món, con todas sus legañas en la cara y las cosas tiradas por tierra.
Barcelona, nombrada ciudad de la Literatura por la Unesco: hace unos 10 años la gente en el metro llevaba pesados libros de novelas y hoy llevan un móvil. Vale, no es el apocalipsis, de acuerdo, aunque en las bibliotecas los libros no se mueven de sus estantes porque los jóvenes estudian a través del “Wifi i del Whatsapp”, con toneladas de información a su alcance que lo que alientan es precisamente la desinformación porque no hay mejor manera de esconder un rinoceronte en las Ramblas que llenar las Ramblas de rinocerontes. Y entretanto, se vuelven a arrinconar los libros: poner trabas a los libros, llámenme apocalíptico, es poner trabas al pensamiento crítico.
Si los libreros no podemos habitar ya en la Rambla de Barcelona, como en las primeras décadas del S.XX, en las que había casi cien las librerías; si hay que ceder los locales como el de la librería Canuda al empuje de un Mango; si toda la fiesta del libro se concentra en el día 23 de Abril, no queda sino preguntar: ¿es esto diversidad? ¿es esto autenticidad? ¿es esto cultura? Creo que es todo lo contrario.
Los paradistas del mercado somos feos pero entre todos, con nuestra fealdad, ofrecemos una estampa muy bella y única a la ciudad y también diversidad e historia. Porque, ¿Dónde va a buscar un diario de la Guerra Civil el nieto? ¿Dónde van a cambiar cromos los chavales? ¿Dónde buscará la primera edición el bibliófilo, el cómic descatalogado?. ¿Les atenderán en el Corte Inglés? ¿En la Fnac? ¿En La Central?
Los paradistas nos hemos plantado y no sólo vamos a luchar para que se cumpla la promesa que se nos hizo antes del forzoso exilio. Nos hemos levantado para defender el territorio auténtico de la barcelonesa y el barcelonés curiosos y de los curiosos impertinentes que nos visitan y no quieren conformarse con lo mismo que les ofrecen todas las ciudades en esta uniformización cansina. Barcelona y el interés de muchos de sus ciudadanos no pueden ser dañados por mor de una imagen aséptica y maquillada. Barcelona seguirá siendo grande o querrá ser grande como Paris, Venecia o Londres en la medida que permita la supervivencia de espacios, con éxito o no, donde la gente callejea los domingos ; los mercados Georges Brassens, Les Puces de París, Portobello en Londres, Porta Portesse en Roma, son algo más que mercados: son termómetros de la vida cotidiana de las ciudades que los albergan, lugares únicos a los que quienes viven en esas ciudades dan vida y que prestan vida a quienes, de paso, tratan de medir la temperatura vital de la ciudad que visitan. No es una cuestión de carpas y de lluvia: en la obra faraónica de els Encants todavía entra agua por un costado y viento por todos (apunten eso diseñadores y arquitectos por nuestros impuestos pagados).
Los paradistas queremos volver al Ruedo, a la forma circular, la más perfecta según Aristóteles y según todos los grandes pensadores de la antigüedad. Y de todos ellos encontrarán sus libros aquí, en el Mercado Dominical de Sant Antoni. Y también cómics, postales, discos, fotos… No queremos vivir en un Ghetto: queremos seguir siendo a la vez refugio para quienes vienen semanalmente y nos dan vida, y quienes se asoman una sola vez para llevarse de Barcelona algo que sólo puede darles Barcelona.
Alex